lunes, 22 de agosto de 2016

Educación Emocional desde la infancia. Prevenir el maltrato a las mujeres.

En una época en la cual las noticias sobre el maltrato a las mujeres o la violencia machista son tan frecuentes la Educación Emocional debe encarar desde la infancia la prevención de unas realidades que asustan. Hoy os presento un cuento que muy bien puede servir para enfocar un ingrediente angustioso que suele darse en muchos casos: del como una mujer maltratada puede disfrazar el terror con el traje de la pena para poder sobrevivir.


-Mami, ¿me dejas que te pregunte algo?
-¿Qué quieres, cariño?
-¿Porque echaste al gato a la terraza?
-Porque ya no podía más... No podía aguantar más sus arañazos, no podía ya atender sus irascibles exigencias...
-¿Pero tú lo querías, mami?
-Supongo que sí, vida, pero a veces la relación con los seres que queremos se hace insoportable, se vuelve dañina, y entonces no hay otra opción que cortar...
-¿Y el gato te quería a ti?
-A su manera supongo que sí. Me quería cuando le ponía a su hora el plato de comida, cuando lo cepillaba porque tenía el pelo enredado,... ¿Sabes? La mayoría de los gatos son muy suyos, muy interesados, agradecen tu cariño más por lo que les das que por lo que eres.
-Y entonces, ¿ya no va a volver a vivir con nosotros?
-No, cariño, ya no podría...
-Pero tú me dijiste una vez que ya lo habías echado en otras ocasiones…
-Es que ya lleva años haciendo lo mismo y no podría, no puedo… Ésta es la tercera…
-¿Y cómo es que volvió a quedarse?
-Me pilló en un mal momento, me dio pena y creo que pensaba que quizás podía cambiar…
-¿Y ahora ya no lo crees?
-No, vida, ese gato nunca va a dejar de arañar.
-¿Y porque lo dejaste en la terraza y no lo abandonaste en el bosque?
-Porque desde la terraza puede subir al terrado y recorrer, saltan-do un mar de bloques, media ciu-dad. Y creo que también porqué así, de alguna manera, puedo con-trolar que está bien, que no se ha caído en un barranco o lo han atropellado…
-Siempre vuelve, mami, siempre aparece, aunque sea por un ratito…
-Pero quizás algún día encontrará una casa donde se sienta bien atendido y podrá ser feliz… Y yo me quedaré más tranquila…
-Pero si seguimos dejando la ventana abierta, ¿va a querer buscar otra casa?
-No lo sé, cielo.
-¿Y porque dejas abierto?
-Porque afuera hace mucho frío y está solo..., y maúlla muy fuerte y me da pena.
-Pero entonces tú no te estás librando de todos sus arañazos.
-No... Esta mañana entró y, cuan-do lo iba a echar volvió otra vez a arañarme muy fuerte...
-¿Y no crees que él sigue pensando que esta es su casa?
-Quizás sí, pero debería entender que ya no lo va a ser...
-¿Un gato puede entender eso?
-...
-Mami…
-¿Qué?
-¿No será que en el fondo el gato te da un poco de miedo?
-No creo. Simplemente es que…
-Todo es muy complicado, ¿no?
-Sí, vida, pero no sé qué más puedo hacer...
-¿Sabes, mami? A veces pienso que eso de ser mayor no me va a gustar nada, hay que tomar decisiones que duelen y no es fácil, ¿no?
-Lo sé.
-Pero si no las tomas también duele: el gato tiene frío y se siente mal, tú sigues sufriendo arañazos,…
-¿Y tú qué piensas que debo hacer?
-Mami, no sé. Quizás deberías cerrar la ventana para siempre, quizás deberíamos mudarnos a otra casa, no sé.
-¿Y entonces?
-Lo que sí me parece es que algo deberías hacer...

El gato nunca entenderá…
Tampoco tus hijos…

¡Y MUCHO MENOS QUIEN ABUSA DE TI!

¡CIERRA LA PUERTA AL 
MALTRATO!

Ese relato forma parte del libro "A la luna, a ti, mi cielo, y a mis queridas estrellas". De allí se esxtrajo para configurar un librillo de narrativa ilustrada que también está en el mercado. Al final del post os dejo los links por si os interesa adquirir esos libros.

En el libro de origen el cuento viene precedido de una reflexión que también creo interesante copiar y pegar aquí.

La psicología humana podría ser extremadamente sencilla pero demasiadas veces acaba siendo terriblemente complicada. En la supuestamente mente racional de las personas se producen a me-nudo procesos que son incomprensiblemente ilógicos y, por ende, totalmente irracionales. Podría poner muchos ejemplos que certificarían mis palabras, pero hoy me quiero centrar en un tema que pienso que cada día implica una más candente actualidad y que, según tengo entendido, entre sus muchas connotaciones conlleva un parámetro forjado en un sentimiento de culpabilidad que, por mucho que me esfuerzo, me cuesta muchísimo comprender: el despótico dominio, el desalmado acoso, el brutal secuestro e incluso el malvado maltrato son procederes que deberían siempre con-llevar una condena para los ejecutores. El dictador que oprime a todo un pueblo, el marido que acosa física o psicológicamente a su mujer, el delincuente que priva a alguien de su libertad, el padre que abusa sexualmente de un hijo… todos ellos son personajes que saben utilizar muy bien las armas del terror y que no acostumbran, de ninguna manera, a obtener otro sentimiento que no sea el placer que otorgan el dominio y el poder. En su conciencia no hay manchas, su moral asiste impertérrita a sus actos y muy difícilmente accederán a dar marcha atrás, pues en el fondo de sus perturbadas cabezas entienden que tienen el derecho de actuar como lo hacen y no sienten el más mínimo remordimiento por el daño que producen. 
Hasta aquí todo encaja más o menos, encaja con despreciable demencia pero encaja… Lo que me revuelve las tripas y me cuesta mucho aceptar y bastante entender es la teoría, comprobada estadística y científicamente, de que mucha de la fuerza que permite ese sucio juego reside en el sentimiento de culpa que nace en las víctimas, en la responsabilidad que viven como autoasumida, en la dependencia que se crean e incluso, aunque parezca absurdo, en la pena que les da la enajenación de su agresor… De alguna manera la justificación de cada mal paso se revierte siempre contra el que es aplastado: “Si me han pisado es porque estaba en medio del camino…”, “si me hace sufrir es porque no aprendió otra forma de amar… y yo se lo he permitido, yo le abro la puerta cada vez, aun sabiendo que viene por mí…”. La culpa se amagará en esas y en otras mil excusas. Alguien podrá explicar a la atormentada víctima que no se ha puesto en medio del camino, que la han puesto, que eso no tiene nada que ver con el amor y que si alguien no aprende muchas veces es porque no quiere, que la obligan a permitir, que la puerta se abre porque sino se intuye que la echarán abajo… Pero no servirá de nada, pues si no asimilamos que la culpa no es más que una tapadera para esconder algo mucho más trágico de integrar, estaremos nadando en un arenal.
Sí, ya sé, vida: he empezado hablando de un tema muy abierto, con muy diversos campos de acción que se pueden mostrar como ejemplo y que pueden conectarse en un mismo corolario: la extraña culpabilidad de la víctima. Luego, poco a poco, he ido cerrando el abanico con los términos empleados y me estoy refiriendo cada vez de forma más clara a lo que de entrada motivó para que empezara a escribir: las mujeres maltratadas por sus maridos, por sus novios… por esos monstruos que por accidente la especie humana genera… ¿Por qué quería ahora tratar ese tema? ¿Quizás porque hoy, como casi cada día, han ofrecido con toda clase de detalles en el telediario otra historia, otro drama de esos en los que una mujer termina con la muerte su suplicio? ¿Quizás porque he vivido de cerca un caso donde las pautas que voy definiendo se dan claramente? No, no quieras ser curiosa porque hoy no voy a especificar mis verdaderas razones…
Siguiendo con mis argumentos y ahora ya refiriéndome de forma diáfana a lo que te he anunciado, yo diría que la culpa, la responsabilidad y todo lo demás que sienten las féminas maltrata-das no son más que mecanismos psicológicos de autoprotección contra la verdadera razón que las obliga a mantener lo inaceptable: el miedo. Uno puede vivir más o menos sosegadamente, o menos que más, imputándose como parte fiadora de una tragedia. Si uno admite conscientemente que su vida se asienta en el terror, sólo tiene cuatro posibilidades: o sale de esa vida o se muere o mata o se vuelve loco. Con esas temibles expectativas, de eso estoy seguro, salir no puede ser fácil. La fuerza necesaria para dar un paso tan valiente no se tiene, alguien se habrá ocupado astutamente de eso, como se habrá encargado sutilmente de hacer creer que cualquier huida es un suicidio emocional o una invitación a la tortura o, incluso, al asesinato. ¡Asquerosa astucia! ¡Cobarde sutileza!
Quizás me equivoque, pero esa necesidad de entender las cosas con la lógica racional me aturde muchas veces cuando entro en el campo de las emociones. Alguien me dijo una vez que en ese valle crecen muy a menudo las preciadas flores y los hirientes cactus abonados por el más irracional absurdo. Seguramente será verdad, pero aunque haciéndolo entre en una calle sin salida, aunque desarrolle un juego que no puede de ninguna manera concluir con ideas o teorías ganadoras, con el hecho de meditar sobre algo que me confunde no hago mal a nadie, ¿verdad?
Entender que la corresponsabilidad de un mártir es un arma para esconder el terror me parece básicamente aceptable. Pensar que el bombardeo de informaciones ampliamente pormenorizadas que utilizan los medios de comunicación para vender más, a sabiendas que en la curiosidad morbosa se halla un negocio que puede mover mucho dinero, implica a la corta y a la larga no solo la motivación de más dramáticos sucesos sino que también la potenciación del terror de la mujer que sueña con salir del pozo del acoso es algo más que normal. En nuestra “civilizada” sociedad se dan muchos cánceres conductuales. Este es uno de los más terribles: la aplicación del maltrato a las mujeres y el síndrome que lo provoca generan una grave enfermedad, eso está claro. Lo que falta saber es si la terapéutica que el entorno receta y da está destinada a ayudar a curar o acaba aumentando los daños.
Lo que estoy intentando razonar ya me parece de por sí muy penoso, pero si añado que en demasiadas ocasiones esa sádica y muy a menudo interminable representación se produce ante los ojos de los hijos y si valoramos lo que dicen los tratados de Psicología, que un niño tiende a reproducir en la adultez los esquemas que de pequeño le marcan, entonces no puedo hacer otra cosa que llenarme de pesimismo y preguntarme: ¿en qué mundo vivimos?
No puedo cerrar ese tema sin hacer algo más. Me dejarás, ¿verdad? Quiero dedicar un cortito cuento, un inocente diálogo, a todas las mujeres que no pueden cerrar totalmente la ventana al maltrato, al acoso matrimonial… Si leyéndolo se sienten aunque sea por unos momentos un poquito mejor, ya me daré por satisfecho…

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